(El texto original apareció en el núm. 404 de Imágenes de Actualidad)
Dentro de lo que podríamos llamar el Warrenuniverso auspiciado por James Wan, la franquicia Annabelle es, por el momento, el spin-off más longevo (más que nada, porque es el que ha generado, hasta el momento, el rendimiento económico más alto). Y quizás por el hecho de haber sido explotada comercialmente de forma más continuada, corría el peligro de estancarse dentro de una fórmula que dependía en exceso de su naturaleza de precuela a la presentación de la muñeca en el prólogo de Expediente Warren: The Conjuring. De ahí que sus máximos responsables hayan decidido hacer evolucionar la serie a partir de dicha secuencia, expandiendo la maldición dentro del hogar de Ed (Patrick Wilson) y Lorraine Warren (Vera Farmiga). A primera vista, lo que más puede llamar la atención de Annabelle vuelve a casa es que, a partir de determinado punto del metraje, funciona como una auténtica montaña rusa del terror, llevando al paroxismo la idea de la casa encantada (hasta el punto de funcionar casi como una relectura de Poltergeist) entrecruzando diversas entidades maléficas surgidas del mundo de los Warren, y construyendo a partir de ellas inquietantes set pieces en las que se nota (para bien) la labor de supervisión que James Wan, como productor, ha debido llevar a cabo sobre el debut en la dirección del guionista Gary Dauberman: he ahí el ejemplo del uso dramático que se hace, y que no revelaré, de la filmación de un exorcismo llevado a cabo por Ed. Sin embargo, lo realmente interesante del largometraje, lo que lo distingue de sus dos antecesores, está antes. Al convertir a Wilson y a Farmiga en personajes secundarios para centrarse en su hija Judy (Mckenna Grace), Annabelle vuelve a casa explora el peso (y la responsabilidad) del legado familiar, la repetición (a veces inconsciente) de aquello que hemos heredado y/o aprendido, los profundos traumas que provocan determinadas pérdidas… Una carga dramática que se sostiene sobre la habilidad de Dauberman y Wan (que ha participado en la escritura del guión) para definir con cuatro trazos a sus jóvenes protagonistas, todos ellos nuevas incorporaciones del Warrenuniverso, y de la que no hay mejor símbolo que esa escena al final de la película que reúne a Lorraine con Daniela (Katie Sarife): la emoción que provoca en el espectador su conversación surge de la empatía que, poco a poco, se ha ido construyendo hacia el personaje, trayendo a la memoria los momentos más intimistas de Expediente Warren: El caso Enfield. La atención del fandom fantástico está puesta en autores más supuestamente comprometidos, pero dentro de unas décadas habrá que estudiar a fondo la importancia dentro del género de apuestas comerciales como las de Blumhouse o el Warrenuniverso.