Poco a poco, con relativa calma, el interés personal de Charlie Brooker hacia la narrativa de los videojuegos –hay que recordar que, además de firmar una tesis al respecto, escribió sobre el tema en la revista PC Zone– se ha ido filtrando en su trabajo de Black Mirror. A veces de forma indirecta, sobre todo en la forma en la que ha abordado la realidad virtual en capítulos como San Junipero o Hang the DJ, y a veces de manera tan explícita como en Playtest (para bien) o en USS Callister (para mal).
Resulta lógico, pues, que se sintiera atraído por la propuesta de Netflix de sacarle partido a su sistema de narración interactiva –hasta ahora, disponible en propuestas infantiles como Minecraft: Modo historia, El Gato con Botas: Atrapado en un cuento épico o Stretch Armstrong: La fuga– para profundizar en temas ya abordados en los mencionados episodios, aunque enriqueciéndolos con la sorprendente (y un tanto perturbadora) sensación de estar guiando las acciones y los desvaríos del protagonista de Bandersnatch, Stefan (Fionn Whitehead).
A grandes rasgos, lo que plantea este episodio interactivo de Black Mirror es similar a lo que proponía el clásico Dragon’s Lair o, como se sugiere durante la propia trama, la vieja colección de libros Elige tu propia aventura: partimos de una situación básica que iremos alterando de forma más o menos significativa –hay decisiones, como la marca de cereales que come Stefan o la música que escucha, que son meramente anecdóticas– hasta alcanzar un final, claro está, trágico, en la línea deprimente de la serie de Brooker.
De hecho, la línea argumental principal –una vez alcanzado alguno de los finales, la propia plataforma te da la oportunidad de volver atrás y alterar algunas decisiones fundamentales– es, a grandes rasgos, bastante sencilla, y lo más sugerente de la misma es de qué manera juega con nuestra percepción sobre lo que ocurre en pantalla. ¿Realmente el personaje de Whitehead está perdiendo la noción de la realidad, o en realidad es una figura ficcional que se ha hecho consciente de nuestro poder sobre ella –la presencia de un póster de Ubik, la novela de Philip K. Dick, es un guiño muy explícito al respecto–?
Hay que reconocerle a Brooker y al director del experimento, David Slade, que saben utilizar la interactividad del episodio para profundizar en la historia de su protagonista a través de algunas de las ramificaciones de la misma –como todo lo relativo a la muerte de su madre–, pero también que se lanzan a desvariar, con notable sentido del humor, respecto a la propuesta principal: atención a lo que provoca el hecho de revelarle a Stefan que está dentro de una ficción de Netflix (sic), o el sorprendente guiño a El fotógrafo del pánico –y sus experimentos conductuales– al que da pie otra decisión fundamental.
Como experimento narrativo, hay que reconocer que Bandersnatch es interesantísimo, y que está lleno de detalles (y propuestas) sugerentes respecto a su propia interactividad. Sin embargo, como relato en sí, resulta difícil eludir la sensación de que se queda un poco corto, y que no deja de ser un trabajo derivativo –de hecho, casi se diría un digest de la propia serie… y no lo digo por los nada sutiles guiños a episodios anteriores– y globalmente algo insatisfactorio. Hay que quedarse, considero, con la sensación de que abre una senda por explorar para el audiovisual y que, imagino, otros autores que tomen el testigo de Brooker y Slade irán puliendo y perfeccionando lo que aquí se apunta (que no es poco).