(La versión original de este texto apareció en el núm. 406 de Imágenes de Actualidad)
La mayor parte de la filmografía de Natali utiliza puntos de partida, en apariencia, sencillos, para luego complicarlos, bifurcarlos y enriquecerlos para desubicar al espectador, pillándole a contrapie: la huella de Cube sigue estando muy presente. No resulta extraño, pues, que le atrajera la novela corta de Stephen King y Joe Hill que adapta En la hierba alta. Lo que originalmente era un relato muy directo, que aludía al terror atávico de perder el sentido de la orientación dentro de un emplazamiento sin referencias visuales, se convierte en las manos del director en la descripción de un bucle espaciotemporal que no solo le permite juguetear con la estructura de la narración, alterando la percepción del espectador sobre lo que está viendo (y creando, además, continuas paradojas temporales), sino que también le permite explorar, aunque sea de forma breve, las múltiples posibilidades de una historia en perpetua mutación. Quizás por contraste, mantiene su estilo controlado, relativamente sobrio, salvo los momentos puntuales en que despliega una imaginación visual que recuerda su paso por la serie Hannibal. Claro que lo más interesante de En la hierba alta es que, tras la lovecraftiana presencia de esa especie de monolito que preside el campo de hierba donde se sitúa la acción (y que es remarcada mediante unos golpes sonoros de la música de Mark Korven que recuerdan a 2001: Una odisea del espacio), se impone la intención de Natali de enfrentar moralmente a un grupo de personajes de talante individualista, todos ellos lastrados por sentimientos inadecuados, incluso patológicos.