Hereditary

En épocas de crisis social y económica grave, el cine de género, y más en concreto el terror y el fantástico, ha servido históricamente para proyectar sobre la pantalla los miedos y las inseguridades del ciudadano medio, a veces a golpe de metáfora monstruosa, a veces con una crudeza inusitada. Sin embargo, en el bache económico global en el que seguimos inmersos –porque, sí, la recuperación habrá llegado a las empresas, pero la gente de a pie sigue viéndose obligada a sobrevivir con mucho menos dinero que antes de la crisis– no se ha reflejado, paradójicamente, en la producción de terror de los últimos años. Ésta, en lugar de vehicular esa rabia general hacia un cine más salvaje, más visceral, ha derivado en una especie de intelectualismo de bajo nivel –a tono, por otro lado, al clima cultural general, donde lo mediocre se ha impuesto a golpe de reivindicación moral mal entendida–, así como una absurda obsesión por dignificar un género que, en realidad, no lo necesita.

De ahí que, junto a propuestas tan inteligentes y estimulantes como It Follows o La bruja –que coquetean con esa visión intelectual del género, pero no se dejan arrastrar por ella–, nos encontramos también con otras tan fallidas, y en el fondo, tan inocuas como Llega de noche o la que nos ocupa, Hereditary, en la que toma más protagonismo la ambición de sus autores por trascender, por elevar los tropos del cine de terror, que el interés por contar una historia a través de ellos. Tanto Trey Edward Shults como Ari Aster están más pendientes de los mensajes que quieren transmitir a través de sus imágenes, de la posición intelectual en la que pretenden colocarse respecto a la tradición del género –otro tema es si, a la hora de la verdad, demuestran saber algo del mismo: mi sensación es que hablan más de oídas que como auténticos entendidos–, que de generar inquietud, incomodidad y, lo que es más importante, asfixiar al espectador con una atmósfera opresiva… Que, digámoslo ya, brilla por su ausencia aquí, pese a la esforzada fotografía oscurantista de Pawel Pogorzelski.

Es cierto que no faltan imágenes impactantes en Hereditary. Incluso ideas afortunadas. Pero acaban resultando ser fogozanos, meros fuegos de artificio, dentro de un conjunto deshilachado, inconstante, que trampea de forma constante para eludir el (previsible) giro final –tranquilos, alérgicos a los spoilers, que no voy a desvelarlo en estas líneas: dejaré que lo descubráis vosotros mismos–, que, en teoría, le da un nuevo sentido a todo lo que hemos visto hasta el momento. El problema es la notable torpeza con la que Aster oculta esa sorpresa climática, demostrando ser incapaz de mantener el interés del público si no es a través de trucos y golpes de efecto que, en demasiadas ocasiones, desembocan en callejones sin salida narrativos –p.ej. todo el juego con las maquetas que construye Annie (Toni Collette), y que a la hora de la verdad no es más que puro gimmick promocional–.

Porque, no nos engañemos: no basta con querer hacer cine de terror. Hay que entenderlo. Aprender cómo funcionan sus mecanismos. Enamorarse de ellos. Y yo no veo auténtico amor al género tras los encuadres de Hereditary. Lo que me transmiten es postureo, imitación, y un esfuerzo muy (demasiado) consciente para posicionarse industrialmente a través del relato de horror –y sus actuales posibilidades comerciales–. No me parece que Aster aporte convencimiento ni la más mínima visceralidad: sólo cálculo de probabilidades, y unos sustos de escuadra y cartabón que se dirige, como ocurre cada vez más en los festivales de género, hacia aquéllos a los que, en realidad, no les gusta el verdadero cine de terror.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.