Las pesadillas de Dario Argento

En Italia, Dario Argento es algo más que un director. Es un icono del terror, una figura fuertemente ligada al género que, durante décadas, ha cultivado una imagen pública afín, con todas las distancias posibles, a la de un Hitchcock transalpino: es decir, la de una especie de embajador del fantástico, un padrino capaz de acomodar bajo su ala a realizadores afines como Luigi Cozzi, Lamberto Bava, Michele Soavi, Sergio Stivaletti… Una proyección que cultivó, sobre todo, gracias a su participación en dos producciones televisivas, la serie La porta sul buio a mediados de los 70 y el programa Giallo a finales de los 80.

A este último, Argento contribuyó supervisando una serie, Turno di notte, que escribían Marco Tropea y Laura Grimaldi pero dirigieron Cozzi y Bava… Pero también asumiendo una especie de espacio fijo en el que, además de hablar de las interioridades de algunos de sus trabajos, también introducía unos pequeños cortometrajes, de alrededor de tres minutos de duración, bautizados como Gli incubi di Dario Argento (Las pesadillas de Dario Argento).

Lo interesante del formato es que permitía a Argento algo que empezaba a explorar en sus propias películas: la necesidad de librarse de la lógica cartesiana de la narración cinematográfica convencional, para legar al espectador una serie de imágenes, de sensaciones, muchas veces de carácter onírico… Y, como es lógico en la etapa en la que se encontraba de su filmografía, cargadas de violencia y gore. Para acentuar, además, su implicación, el director ejercía, literalmente, como narrador, guiando las historias a través de una voz en off que le permitía condensar las tramas en tan escaso tiempo.

Los episodios más memorables de Gli incubi di Dario Argento son, como era de prever, aquellos en los que el director logra realmente olvidarse de la lógica y dejarse llevar por un concepto puramente visceral de la imagen cinematográfica. Es el caso de Il verme, construida, más que sobre una idea, sobre una imagen (muy desagradable): un gusano perforando un ojo; Nostalgia punk, básicamente una excusa para mostrar una escena de automutilación que escandalizó a los espectadores de la época; Addormentarsi, puro delirio pesadillesco que hay que ver para creer por el plano en el que desemboca; y Sammy, traumática perversión de la figura de Papá Noel que funciona, sobre todo, por su espléndida sencillez conceptual.

Claro que, aunque fuera un proyecto personal, Argento también se lanzó a realizar adaptaciones, como La finestra sul cortile, básicamente una variación simplona de La ventana indiscreta –algo que revisará en la posterior Ti piace Hitchcock?–, o La strega, terrorífica simplificación del relato El juego de octubre de Ray Bradbury… De la misma manera que, aunque no adapten obras preexistentes, en realidad Riti notturni le da una vuelta de tuerca a las historias de sectas demoníacas, y Amare e morire no deja de ser un rape & revenge que se resuelve con extrema premura.

Ocupado como estaba con la posproducción de Terror en la ópera, Argento solamente tuvo tiempo de rodar nueve entregas de Gli incubi di Dario Argento. Y siendo todas tan abstractas, tan poco dependientes de lo narrativo, es lógico que terminara con L’incubo di chi voleva interpretare “l’incubo” di Dario Argento, gran broma meta que, a grandes rasgos, cierra una historia de angustia burguesa con un guiño a la fama de sádico del director. Un cierre interesante para una obra quizás menor frente al global de la obra de su autor, pero que define muy bien sus intereses –y sus derivas posteriores– en ese momento concreto de su carrera.

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