Misión: Imposible – Fallout

Desde la primera secuencia del largometraje, Christopher McQuarrie subraya la importancia que adquirirán en Misión: Imposible – Fallout las máscaras, las apariencias y las decepciones… Una constante en la franquicia que, sin embargo, ha ido desapareciendo y/o perdiendo importancia en función de los intereses personales de cada uno de los directores que ha abordado las diversas aventuras de Ethan Hunt (Tom Cruise, ¿quién, si no?), y que aquí adquiere nueva dimensión porque afecta, por encima de todo a la propia naturaleza del largometraje, incluso a su estructura dramática. Y es que McQuarrie nos presenta Fallout como un nuevo capítulo de la serie, en teoría (de nuevo) desconectado argumentalmente de los anteriores, pero en el cual, en realidad, aprovecha el hecho de haber sido el primer director en repetir para llevar a cabo una secuela directa de Misión: Imposible – Nación secreta que no solamente ahonda en la mitología (y las cuitas personales) allí planteada, sino que también se esfuerza en darle un poco más de entidad y de coherencia al universeo de la franquicia recuperando a personajes como Julia (Michelle Monaghan).

Claro que, si Nación secreta se aproximaba al (sub)mundo del IMF desde una perspectiva notablemente cerebral, marcada por el cuidado en la construcción de las tramas y la elaboración de los diálogos que suele ser marca de la casa de McQuarrie, en cambio sorprende encontrase en Fallout con una narración mucho más visceral, más directa y, por qué no decirlo, también más pura. No deja de ser interesante que, apenas tres meses después del estreno de Vengadores: Infinity War, llegue a la cartelera otro blockbuster que entiende el relato como una concatenación continua (y asfixiante) de set pieces que provoca que sus personajes (y sus relaciones) se tengan que desarrollar en movimiento, a través de sus acciones y sus interacciones, hasta un clímax en el que las apuestas se elevan hasta niveles pocas veces vistos en la serie. Se evidencia, eso sí, la mayor elegancia de McQuarrie como narrador frente a la tríada Russo/Markus/McFeely en el ritmo prácticamente musical del que dota a las secuencias de acción… Algunas de las cuales son, salvo el sonido ambiente, prácticamente mudas. El resultado es, de forma inevitable, irregular, pero al mismo tiempo hipnótico por su empleo de la cinética como forma de expresión, aproximando la franquicia, más que nunca, a la narrativa serial más pura.

Pero, al mismo tiempo, Misión: Imposible – Fallout ratifica lo que ya planteaba Jack Reacher: Nunca vuelvas atrás: el proceso de aceptación de Cruise de su propio envejecimiento –hay que reconocer que resulta meritorio que no intente ocultar los estragos de la edad en su rostro–, y cómo sus personajes, pese a unas capacidades físicas casi superheroicas, empiezan a notar el desgaste frente a versiones jóvenes de sí mismo como August Walker (Henry Cavill). Lo que nos óbice para que siga sometiendo a su cuerpo, en esa especie de ritual casi religioso en el que se han convertido los episodios de Misión: Imposible, a todo tipo de pruebas físicas extremas con el objetivo de poder, de alguna manera, documentar con la cámara el hecho de que es él, y no un doble ni una creación CGI, quien ha arriesgado su vida para crear las set pieces más espectaculares posibles junto a su coordinador de acción de confianza, Wade Eastwood. Atención a la persecución parisina en motocicleta: es lo más cerca de John Frankenheimer que, seguramente, ha estado McQuarrie.

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