Sex Education

La estructura sobre la que se asienta Sex Education es, en realidad, como un castillo de naipes: si un solo elemento estuviera colocado de forma incorrecta, se derrumbaría al instante. Y si, de forma milagrosa, funciona, y además tan bien, es porque su máxima responsable, la dramaturga británica Laurie Nunn, ha conseguido, junto a su equipo, un equilibro que es pura prestidigitación narrativa. Un homenaje en clave de comedia romántica al cine de John Hughes que no sólo logra actualizar, y hacer relevantes en la actualidad, sus constantes y sus intenciones –de ahí el detalle, muy bien implementado, del aire démodé del vestuario y el diseño de producción: la serie está ambientada en la realidad, pero mira de forma constante hacia el pasado–; también es capaz de mantener, pese a sus continuos guiños a los tópicos de las películas de instituto americanas, su idiosincrasia profundamente británica.

Precisamente, si algo distinguía a las mejores películas teen de Hughes, como El club de los cinco o Una maravilla con clase, era su capacidad para ir más allá de los constructos de sus propios personajes, derribar tópicos, y lanzar a través de ellos una mirada comprensiva y solidaria hacia los adolescentes –no tanto, en cambio, sobre los adultos–. Nunn tiene una intención similar aquí: partir de una serie de prototipos perfectamente reconocibles para el público con la intención de ir, poco a poco, derrumbándolos gracias a una construcción de personajes impecable –y un casting espléndido, lleno de jóvenes descubrimientos que rodean a las estrellas principales de la serie, Asa Butterfield y Gillian Anderson–, que los matiza y los enriquece hasta configurar un microuniverso muy rico, rebosante de matices, que lanza una mirada sobre la adolescencia no exenta de amargura y de complejidades.

El gimmick de Sex Education, el peculiar talento de su protagonista, Otis (Butterfield), para abordar como terapeuta los problemas sexuales de sus compañeros de instituto, tiene una doble función narrativa. Por un lado, le da una peculiar estructura de drama médico que sirve de apoyo para las tramas principales –cada episodio arranca presentando un caso que se resuelve a lo largo del metraje–; por el otro, vehicula una exploración en clave (muy) positiva de la sexualidad adolescente, que se trata con normalidad y, sobre todo, naturalidad. No en vano, los dilemas que se le presentan a Otis –incluso el que sufre él mismo– siempre, sin excepción, responden a problemas y/o bloqueos psicológicos que reflejan las inquietudes y las inseguridades de la etapa adolescente.

No obstante, una de las grandes virtudes del trabajo de Nunn y su equipo es que, tomando nota del personaje de Paul Gleason en El club de los cinco, elude convertir a los adultos de Sex Education en simples obstáculos para sus jóvenes protagonistas. A través de ellos, la serie aborda diferentes formas de entender la paternidad y/o maternidad –y, como hace en el retrato de sus personajes principales, las matiza y las enriquece hasta, en algunos casos, darles la vuelta–, pero sobre todo las dificultades para asimilar la llegada a la adolescencia, con todos los conflictos y las alteraciones que ello supone respecto a los que, hasta apenas unos años, todavía seguían siendo niños.

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