Soy leyenda (1967)

(Gracias a Rául Acín por el chivatazo)

Desde que saliera a la venta en 1954, la novela homónima de Richard Matheson ha polinizado gran parte de la ciencia-ficción y el terror cinematográficos de las últimas seis décadas y media, sea de forma indirecta –George A. Romero la reconoce como una influencia fundamental para La noche de los muertos vivientes, así que puede considerarse un primer esbozo del concepto contemporáneo de zombi– o de forma directa, a través de adaptaciones (más o menos) oficiales como El último hombre sobre la Tierra, de Sidney Salkow –en teoría, codirigida por Ubaldo Ragona, aunque parece que aparecía acreditado debido a las obligaciones de la coproducción italiana–, El último hombre…vivo, de Boris Sagal, y Soy leyenda, de Francis Lawrence.

De estas últimas, teóricamente la más fiel a la obra de Matheson es la versión de Salkow que, no en vano, contó con guión de Matheson –si bien, debido a las reescrituras llevadas a cabo por William F. Leicester, retiró su nombre y quiso acreditarse como Logan Swanson–, pero la realidad es que se ajusta mucho más a la letra un trabajo, hasta ahora, tan poco conocido como el mediometraje Soy leyenda que firmó Mario Gómez Martín en 1967, y que Filmoteca Española ha hecho (brevemente) público a través de su iniciativa El Doré en casa. En realidad, una práctica de tercer curso de la Escuela Oficial de Cinematografía, a partir de una adaptación del texto de Matheson firmada por el propio Gómez Martín con la ayuda de Alfonso Núñez Flores, y que más allá de sus (lógicas) limitaciones presupuestarias, capta con notable fidelidad tanto la atmósfera como las intenciones de la novela original.

A partir de El último hombre sobre la Tierra, todas las aproximaciones al libro han releído su clímax en clave crística, obviando el atrevidísimo giro que planteaba Matheson, y que obligaba a (re)considerar tanto la condición como las acciones del protagonista al que habíamos seguido hasta ese momento –una característica intrínseca a la obra del autor, al que siempre le ha interesado vulnerar lo que consideramos cotidiano a través del filtro de lo fantástico–. En cambio, Gómez Martín no sólo la conserva, sino que además reproduce, de forma literal, la mayor parte de sus frases, esforzándose en captar la profundidad dramática de la decisión de Robert Neville (Moisés Menéndez).

El problema, claro está, es que en sus muy ajustados 36 minutos, Soy leyenda tiene que resumir, y mucho, las desventuras de su protagonista –hay detalles, de hecho, que aquí quedan sin explicar, como la obsesiva búsqueda por parte de Neville de Cortman, su vecino–. Aun así, Gómez Martín y Núñez Flores tienen tiempo para darle contexto a la historia, introduciendo de forma en absoluto forzada una serie de flashbacks que no sólo apuntan los orígenes de la plaga que ha arrasado la Humanidad, sino también explica de dónde viene el trauma personal que arrastra su antihéroe: seguramente ahí esté lo mejor del mediometraje, debido al tono extraño, casi onírico, de las interpretaciones, y la frialdad de los entornos en los que se sitúa la acción.

No es que el resto del mediometraje ande falto de hallazgos expresivos –por ejemplo, la localización del refugio de Neville, mucho más angosta que la original, refleja muy bien su estado mental–, pero hay que reconocer que, más allá de lo bien usadas que están las amplias extensiones de terreno baldío de la España desarrollista, la falta de medios le pesa a los esfuerzos de Gómez Martín por reproducir el mundo postapocalíptico que describiera Matheson… Lo cual, aunque sea de forma involuntaria, le añade una capa de grisura, de mediocridad, a la muy bien reflejada cotidianidad de Neville. Uno de los detalles de la novela original menos respetados por las adaptaciones oficiales, cuando resulta fundamental para entender la transformación mental del personaje.

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