Desde que se conocieron (y se entendieron) en El único superviviente, Peter Berg y Mark Wahlberg han creado una entente creativa en la que el primero ha encontrado en el segundo una especie de proyección del héroe proletario, a ras de suelo, que suele protagonizar sus historias. Algo que se repite en Spenser: Confidencial, concebida como precuela de las novelas de Ace Atkins en las que se basa (y por extensión, de la serie de televisión protagonizada por Robert Urich), pero pasándolas por el filtro de la literatura hardboiled más pura al convertir a Wahlberg casi en un desecho social que busca la redención a través de la resolución de los crímenes alrededor de los que gira la trama.
Lo que peor funciona del film son los momentos en los que la comedia se nota forzada, enfangándose en chistes de dudoso gusto: en cambio, cuando Berg integra el humor de forma natural en las interacciones de los personajes, lo dota de una sequedad que encaja muy bien dentro del espíritu del proyecto. Y es que, aunque el guión intente recurrir a las formas de la buddy movie, hay que decir que sin excesivo acierto (ni Brian Helgeland ni Sean O’Keefe son Shane Black), al director se le nota más cómodo cuando apela a las formas del thriller policíaco puro y duro. Sobre todo en unas set pieces eficaces, de gran contundencia física (atención a aquellas en las que interviene Winston Duke, y el juego que da la envergadura del actor), en las que se intuye el interesatísimo relato de género que Spenser: Confidencial podría haber llegado a ser de no haberse diluido en salidas de tono humorísticas absolutamente innecesarias.