Hace ya más de una década, Makoto Shinkai intentó aproximarse (de forma forzada y un tanto infructuosa) al cine à la Miyazaki en su anterior Viaje a Agartha. Sin embargo, el proceso de búsqueda de su propia voz dentro de los códigos comerciales que su filmografía ha adquirido desde del tremenbundo éxito de Your Name ha hecho que, de forma natural, sus películas hayan ido virando a un terreno cada vez más colindante al de Ghibli. De hecho, lo justo quizás sería decir que se produce una cierta rima, pues lo cierto es que Shinkai ni busca ni, a estas alturas, necesita la comparación.
El impacto personal que supuso para el director el terremoto (y el tsunami) de la región de Tohoku, así como un creciente interés por el sintoísmo que ya adquiría un gran protagonismo en El tiempo contigo, aproximan su cine a un nivel de denuncia ecológica que, en Suzume, adquiere un carácter casi tan miyazakiano como en Viaje a Agartha (pero en un tono más personal). Porque, mientras en su último largometraje cometía la poética osadía de poner la relación romántica de sus protagonistas por delante del futuro de Japón, en Suzume sale a relucir la necesidad no sólo de mantenerse fiel a unas tradiciones que mantienen el contacto del ser humano con la naturaleza, sino, sobre todo, de no olvidar jamás las desgracias del pasado (ni sus consecuencias).
Y es que, tras esa rica mitología de dioses con forma animal y monstruos tentaculares que amenazan con muerte y devastación (es la primera vez que Shinkai se presta a una espectacularidad que le lleva, en determinados momentos, a lanzarle guiños al género del kaiju eiga), lo que late es la importancia de asimilar una responsabilidad, hasta ahora, ausente en sus personajes. Ellos siguen siendo el centro narrativo de la historia, pero, en cambio, las consecuencias de sus actos sobre la comunidad tienen en Suzume más importancia que en sus anteriores películas, lo que indica una cierta evolución en su forma de aproximarse a esa iconografía escatológica (por apocalíptica) que caracteriza su cine reciente.

Algo que ya resulta evidente en su aproximación musical. A diferencia de sus dos películas anteriores, Suzume no arranca con el ritmo rockero de una canción de Radwimps, ni está puntuada por las mismas, sino que avanza de forma más pausada, y recurre a la banda para cerrar el metraje. No deja de tener gracia que, aprovechando el viaje que la protagonista (y su tía Tamako) hacen en el coche de Serizawa, Shinkai incluya melodías de pop vintage (desde una balada de Seiko Matsuda a uno de los endings de Karekano) que contrastan, precisamente, con la imagen moderna de sus bandas sonoras.
Y es que, pese a que sea más ambicioso a la hora de crear el ya mencionado universo sintoísta, en Suzume sigue brillando, por contraste, su gran ojo para lo cotidiano, que va puntuando la historia para dotarla de su poética particular. A diferencia de sus dos anteriores obras, aquí emplea una estructura de road movie que remarca más que nunca el carácter ligeramente episódico de sus guiones (no deja de ser interesante que el trayecto de su protagonista, de un pequeño pueblo costero a Tokyo, sea análogo al de la heroína de Your Name), si bien esa sencillez le facilita el desarrollo de unos personajes que funcionan de fábula incluso cuando apenas tienen peso en la trama: cfr. los hijos de Rumi, que apenas protagonizan un par de gags y, aun así, resultan inolvidables.
La originalidad de la historia de amor que Shinkai le brinda a su público potencial es que, casi de inmediato, convierte al protagonista, Sota, en una silla infantil a la que le falta una pata. Y a pesar de ello logra darle un carácter, una personalidad, que hace creíble el desarrollo de su relación con Suzume, especialmente por la flexibilidad que el gran uso del CGI que se hace en el largometraje proporciona a sus movimientos (no es ninguna novedad en su filmografía, pero sí un ejemplo perfecto de lo bien que la industria del anime aplica los modelados tridimensionales en la animación tradicional: el hito de Steamboy cada vez está más al alcance de su mano). De todas maneras, en Suzume, yendo unos pasos más allá de El tiempo contigo, el resto de relaciones que mantiene la protagonista son tan o más importantes que su flechazo por Sota.

Al fin y al cabo, Shinkai ha concebido una mitología que, a través de una paradoja temporal afín a Your Name, le permite explorar de forma frontal la idea de la pérdida, como ya hacía en Viaje a Agartha. El itinerario de Suzume (la protagonista, no la película), y toda la gente que se va encontrando por el camino, conforma un proceso de superación que alcanza su punto álgido en un clímax en el que se remarca, además de manera muy explícita, que el sentido de la existencia humana está precisamente en esos pequeños encuentros que nos definen y le dan sentido a nuestra presencia. Una sensibilidad que impele al director a recordar, durante el proceso a través del cual sus protagonistas cierran las puertas que hilvanan la trama, a las víctimas de las diversas desgracias naturales que han asolado Japón: especialmente emocionante resulta ese encadenado de planos subjetivos que aluden a pequeños momentos cotidianos de personas que jamás llegaremos a conocer, pero que representan muy bien toda esa pérdida irremediable de vidas humanas.