The Batman

La tensión entre la serialización y la (obligada) renovación de equipos creativos siempre ha sido uno de los grandes dilemas de fondo de la construcción a largo plazo de una narrativa superheroica, sobre todo en las dos grandes editoriales del sector. Marvel siempre ha sido muy reacia al cambio, y muy celosa de su continuidad para transmitirle a su lector-tipo esa sensación de comodidad que transmite lo conocido, lo previsible, lo establecido; en cambio, DC no ha tenido problemas en, cuando le ha convenido, hacer borrón y cuenta nueva dentro de su propio universo –manteniendo, eso sí, relativamente inalterable su gran tríada de personajes: Superman, Batman y Wonder Woman–.

Algo que, no sé si paradójica o lógicamente, ha acabado trasladándose a sus adaptaciones cinematográficas. El Marvel Cinematic Universe capitaneado por Kevin Feige ha basado tanto su éxito en lo serial, que cuando ha perdido a tres de sus grandes estrellas, Robert Downey Jr., Chris Evans y Scarlett Johansson, ha empezado a sufrir para cubrir los huecos narrativos creados. En cambio, el DC Extended Universe, que apenas ha llegado a rozar el éxito de su principal competencia, ha hallado una interesante comodidad cuando ha abandonado los estrechos márgenes del Snyderverse y ha decidido abrirse a voces e incluso lecturas dispares de sus propios superhéroes.

Desde esa perspectiva, la aproximación a la figura de Bruce Wayne que ha urdido el director Matt Reeves junto a los guionistas Peter Craig y Mattson Tomlin (sin acreditar) puede considerarse como una búsqueda de contraste/diferenciación respecto al Dark Knight interpretado por Ben Affleck para Snyder. De hecho, en general, me parece que intenta, no sé si con calculada prudencia o con delicadeza, navegar entre las anteriores aproximaciones al superhéroe para distanciarse conscientemente de ellas pero sin perderlas jamás de vista.

Hay que reconocerle, eso sí, que se ha atrevido a dejar atrás el tono folletinesco, a veces grandguiñolesco, de la gran mayoría de sus antecesores –y sí, ahí también entraría la versión de Christopher Nolan: por muy realista que se considere su Hombre Murciélago, le debe muchísimo a Dumas–, para enfatizar a cambio un cierto tono noir que busca transformar al superhéroe casi en un detective hardboiled con capa en lugar de gabardina. No es casual que tanto la voz en off que abre y cierra el metraje como la concepción megaindustrial de Gotham City recuerden a Blade Runner: creo que Reeves quiere manejarse en unos registros similares. Hacia ahí apunta, considero, la fotografía de Greig Fraser, y no, como se ha dicho hasta el hartazgo, hacia el cine de David Fincher.

Más allá de la posible semejanza de Enigma (Paul Dano) con los psychokillers de Seven o Zodiac, no veo comparación posible, sobre todo porque la estructura de investigación de la película se aproxima más al concepto de procedural clásico, heredado tanto de los seriales de Jack Webb como de las novelas de Evan Hunter, de policíacos como El estrangulador de Boston o San Francisco, ciudad desnuda. Es decir, Batman/Wayne no es aquí un genio investigador de carácter holmesiano capaz de estar a la altura intelectual de sus contrincantes, sino un picapedrero más que, como su propio aliado en la Policía, James Gordon (Jeffrey Wright), debe abrirse camino hacia la verdad con esfuerzo, perseverencia y, no en pocas ocasiones, una buena dosis de suerte.

Cierto es que Reeves ha citado como influencia capital para la construcción del arco argumental de The Batman al díptico de Jeph Loeb/Tim Sale formado por El largo Halloween y Victoria oscura. Pero, precisamente, que eso le haya llevado, junto a sus coguionistas, a utilizar una trama con serial killer para revelar una conspiración mafiosa global conecta la esencia de la película, como antes comentaba, con el hardboiled y el tropo de los pobres hombres enfrentados a fuerzas completamente fuera de su control: que aquí Bruce Wayne se asemeje más al Jake Gittes de Chinatown que al héroe imparable de anteriores encarnaciones dice mucho sobre su esencia incompleta, en proceso de aprendizaje.

Ahí está, creo, una de las ideas más atrevidas, y en general menos apreciadas, del largometraje: que el retrato de Wayne haya pasado del (anti)héroe atormentado –insisto, heredado del folletín del siglo XIX– al trasunto de Kurt Cobain cargado de angst adolescente que aquí interpreta Robert Pattinson retrata, en realidad, mucho mejor nuestro presente que la concepción clásica del personaje ideada por Kane y Finger… Una influencia, hay que decirlo, subrayada en exceso mediante las apariciones en la banda sonora de Something in the Way de Nirvana. Ese carácter introvertido, individualista, tan idiosincrásico a Pattinson convierten a Wayne/Batman en un recluso (casi) literal de su propia obsesión que, en realidad, ejerce de superhéroe como forma egoísta de curación personal, y solamente al final, tras verse reflejado en los espejos que suponen tanto Enigma como Selina Kyle (Zoë Kravitz), entiende que el heroísmo ha de ser generoso, esperanzador.

En general, tengo la sensación de que The Batman sufre porque Reeves no se ha atrevido, o más bien la apabullante maquinaria de Hollywood no le ha dejado, a darle la espalda a algunas de las características definitorias de las versiones cinematográficas del personaje. La película funciona mejor cuanto más atmosférica es, y menos se obceca en profundizar en una trama que se atora a mitad de película –demasiadas ideas ahí embutidas, como si los responsables del guión hubieran tenido miedo a no introducir repercusiones personales en la trama investigatoria–, de la misma manera que la banda sonora de Michael Giacchino resulta más brillante cuando es más átona, y más desasosegante, que cuando apuesta por un sonido mucho más clásico.

Creo que lo que mejor explica esa sensación insatisfactoria que deja una película, por otro lado, llena de ideas sugerentes, está en ese arranque en la que se hace un interesantísimo apunte sobre la idea del terror que puede provocar el Hombre Murciélago en los criminales para desembocar en una vulgar set piece de acción que anticipa todas las que nos vamos a encontrar después, densas, aburridas y hasta diría que un tanto desganadas. Véase, en ese sentido, en clímax de la película, que, en un confuso intento de mezclar una resolución de thriller conspiranoico con una referencia sin demasiado sentido al Año cero de Snyder/Capullo, deriva en una secuencia torpe, no especialmente bien narrada, que ni cierra la historia –The Batman es otra de esas películas cargadas de falsos finales, y que explican ese excesivo metraje de 176 minutos, a todas luces innecesario– ni aporta nada a lo ya explicado.

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