(Originalmente publicado en #Siloshombreshablasen)
Con la idea de refrescar El francotirador en mi memoria antes de sentarme a escribir sobre ella, decidí buscar algunas de sus escenas en YouTube. Sin embargo, con lo que me encontré fue con un puñado de montajes de sus secuencias bélicas, especialmente aquéllas que reconstruían la habilidad de su personaje principal, Chris Kyle (Bradley Cooper), con el rifle de francotirador.
Lo cual define a la perfección lo mal que entendió el público (de lo contrario, habría sido difícil que recaudara los casi 550 millones de dólares que logró a nivel mundial) una película que, en realidad, no pretende ensalzar a su protagonista. Todo lo contrario. Lo que quiso Clint Eastwood fue sacar a la luz sus contradicciones, sus limitaciones y sus miedos, desmontando frente a la pantalla una (supuesta) figura heroica.
Al principio del filme, el padre de Chris Kyle, Wayne (Ben Reed), le inculca a sus hijos el uso de la violencia, de la agresividad, para «proteger al rebaño». ¿Les enseña a ser héroes? ¿O más bien limita sus capacidades sociales, les hace incapaces de transmitir, de recibir, porque están, de forma inconsciente, programados para «proteger el rebaño»?
El personaje de Bradley Cooper encuentra su razón de ser en los Navy SEALs porque le permiten integrarse socialmente a través de la violencia. Por eso, cuando vuelve a casa y tiene que ejercer de marido, de padre o incluso de amigo, su mirada está siempre perdida, como ausente: no sabe cómo encajar. Ni cómo encajar a los demás. No recibió las herramientas adecuadas para ello cuando debía. Y se encuentra con un bebé en brazos al que maneja con mucha más torpeza que el rifle de francotirador.
Se trata de un hombre en perpetua huida de una realidad en la que no sabe qué papel jugar, así que se refugia en Iraq porque, allí, en pleno conflicto bélico, se siente justificado. Encaja. Hasta que la violencia y la muerte dejan de ser actos heroicos y se convierten en pérdidas personales, que empiezan a quebrarle por dentro y a sacar a la luz el vacío absoluto que ha llegado a ser su existencia.
Por eso, el Chris Kyle que, finalmente, se queda en su hogar al final de El francotirador es un juguete roto. Un héroe descolocado sin «rebaño» que proteger. Y un marido y un padre que se ha perdido a su familia, y que se encuentra, de golpe, en la obligación de reconstruir lo que jamás empezó a edificar.