Las dos incursiones de Yeon Sang-ho en la ficción de imagen real, Train to Busan y Psychokinesis, han sacado a relucir una obsesión recurrente en su filmografía, animada o no, que quedaba ausente –o al menos, permanecía en segundo plano– en su ópera prima, The King of Pigs: la de los padres ausentes, irresponsables o directamente dañinos, centro de sus narrativas a partir de ese primer largometraje. De ahí que, pese al enfoque divergente de ambas películas, y la actitud tan distinta de los personajes –uno es un ejecutivo agresivo, el otro un cantamañanas de baja estofa–, el Seok-woo (Gong Yoo) de Train to Busan no esté tan lejos del Seok-heon (Ryu Seong-ryong) de Psychokinesis. Al fin y al cabo, ambos justifican de manera, en teoría, racional, el hecho de haberse desentendido de la crianza de sus hijas –un rasgo, por otro lado, típico de los progenitores que eluden su responsabilidad como tales–, pero en el fondo son consciente de su actitud egoísta, si bien bloquean su sentimiento de culpa hasta el momento en el que tienen que enfrentarse a las consecuencias de su actitud que, básicamente, son la distancia emocional y, en el caso de Seok-heon, el rencor.
Lo interesante de confrontar ambas ficciones es que Yeon desarrolla en ellas dos estadios distintos de la herida primaria: si la pequeña Su-an (Kim Su-an) todavía siente una cierta (mínima) conexión con su padre –a la que presta tan poca atención que ni siquiera se da cuenta de que le ha comprado dos veces una Nintendo Wii–, en cambio la adulta Roo-mi (Shim Eun-kyung) ha roto totalmente su vínculo con Seok-heon y le elude, se niega a abrirse de nuevo a él para evitar el dolor sufrido –y por la niña herida que sigue llevando dentro no quiere tener que volver a asimilar otro posible abandono–.
A partir de esa desconexión inicial entre los personajes, los arcos dramáticos tanto de Train to Busan como de Psychokinesis colocan en una situación de peligro a las hijas de sus respectivos protagonistas que saca a relucir un inesperado instinto de protección que les impulsa a tomar las riendas de la situación. El elemento fantástico de cada una de ellas se convierte, pues, en el detonador del proceso de redención y/o transformación que atraviesan tanto Seok-woo como Seok-heon, y que les lleva a asumir un estatus heroico que, en los primeros compases de la narración, parecía impensable –en el caso del primero, por la presión que supone el ataque de los zombis/infectados; en el del segundo, porque los poderes que adquiere le llevan poco a poco a cambiar su relación con el mundo–… Y que les impulsa a realizar un sacrificio de signo muy distinto durante el clímax de cada una de las ficciones.
En ambas películas, Yeon emplea los recuerdos de sus protagonistas relacionados con sus hijas –pueden parecer flashbacks, pero, por su introducción dentro de la narración, queda claro, en realidad, que son fragmentos de su memoria– para transmitirle al espectador, sin necesidad de verbalizarlo, que ambos sienten mucho más amor hacia ellas de lo que quieren reconocer, y que saben perfectamente, pues, que les han fallado y no han estado a la altura de las circunstancias. Es, desde luego, humano equivocarse, no ser capaz de asumir las obligaciones y las responsabilidades de la paternidad, pero, tal y como nos muestran tanto Train to Busan como Psychokinesis, las consecuencias de dichos errores directamente afectan a unos seres indefensos, necesitados de amor y de protección, que pueden quedar marcados para siempre.