Adiós, lactancia, adiós

Hace ya cerca de año y medio que M. se destetó. Él solito, sin que tuviéramos que forzarle, sin grandes dramas ni traumas psicológicos. A medida que fue creciendo, y su alimentación se fue haciendo más variada, también se fueron reduciendo las tomas diarias hasta que prácticamente sólo quedaron las nocturnas y aquéllas que, sobre todo, servían para reforzar el vínculo afectivo con mamá. Así que fue casi un paso natural, algo inevitable dentro de su proceso natural de crecimiento.

Pero la lactancia no siempre fue algo tan hermoso. De hecho, M. tuvo muchos problemas para engancharse a la teta, y durante las primeras semanas mi mujer sufría tanto dolor por culpa de las grietas en los pezones que cada toma le resultaba una tortura. Ni pediatras ni enfermeras sabían darnos una solución… O, más bien, cada uno nos daba una solución que dejaba de funcionar tras un par de intentos. Sin embargo, no estábamos dispuestos a renunciar a los innumerables beneficios de la lactancia materna, así que, en nuestra desesperación, optamos por pedirle ayudar a una consultora de lactancia profesional.

Os aseguro que aquello fue como ver trabajar a un mago. Algo realmente sorprendente. Observó a mi mujer y a M., y enseguida se dio cuenta de que el problema era posicional. Le recomendó una postura en concreto, y ¡puf! Se acabó el dolor. Por supuesto, en casa no fue tan sencillo, y de hecho tuvimos que utilizar lactancia mixta para que el bebé se relajara y los pezones se curaran… Poco a poco, todo encajó, y el proceso de mamar pasó de ser un problema en potencia a transformarse en un remanso de paz, en un rinconcito de conexión profunda entre mamá y su pequeño hijito.

Es precioso implicarse a fondo como papá. Compartir (que no ayudar en) la crianza, estar presente, ser algo más que la figura de autoridad que la mayoría de nuestros padres fueron para nosotros. Pero, a veces, hay que saber hacerse a un lado. Reconocer tu lugar dentro del mapa de afectos de tu hijo, y no querer inmiscuirte en un territorio que no te corresponde. Como ocurre durante la lactancia.

Porque, en cierta manera, en esa época, los padres quedamos en segundo plano. Son las mamás las que se convierten en el foco de atención de esa pequeña criatura porque, al fin y al cabo, son las que le han dado a luz y, además, le proporcionan alimento. En esos primeros años, su mundo gira alrededor de la madre, y eso no debería ser (al menos, para un adulto maduro, con los pies en el suelo) un problema. Sigue habiendo hueco para nosotros, los papás, aunque sea de otro tipo. Os lo aseguro: nuestra hora de ser protagonistas acaba llegando.

Siempre me pareció especialmente hermosa la imagen de M. tomando el pecho. Considero, y hablo desde una perspectiva exclusivamente personal, que hay pocas cosas tan bellas como la intimidad que, en ese momento, se crea entre madre e hijo, y cómo los pequeños gestos (un dedo que acaricia, una mano que aprieta ligeramente…) evocan la complejidad de una relación que va fortaleciéndose y fortaleciéndose con el tiempo. Y que nunca deja de perder esa carga puramente instintiva.