Hace unas semanas di un seminario intensivo sobre la trilogía de películas Antes del… de Richard Linklater. Hablando sobre las influencias cinematográficas de su última entrega, Antes del anochecer, le mostré a mis alumnos las últimas secuencias de Te querré siempre, de Roberto Rossellini, para contrastar el pesimismo del italiano con la esperanza del estadounidense. Pero en esa confrontación me saltó a la vista un detalle fundamental: el contraste entre la actitud machista y nada conciliadora del protagonista de Rossellini, George Sanders, y la inteligencia emocional y la ternura del de Linklater, Ethan Hawke. Uno representando al hombre clásico, a esa visión egoísta y patriarcal de la paternidad con la que nos hemos criado, y otro al hombre contemporáneo, que se cuestiona su lugar y/o función social y, dentro de sus limitaciones personales, intenta reajustarlas al contexto de cambio en el que vivimos.
Lo cual me recordó algo con lo que me he topado cada vez que he querido cuestionar, de alguna manera, el papel digamos instituido del hombre dentro de la crianza: el miedo a la castración. Camuflado, claro está, bajo reflexiones que, de no rascar demasiado, parecen perfectamente lógicas, pero que en realidad son puro sesgo cognitivo que esconde pura y dura inseguridad.
Por supuesto que es maravilloso defender públicamente la crianza respetuosa. Apostar por un enfoque de la paternidad distinto al de nuestros progenitores con la esperanza de establecer una relación más estrecha, más emocional, con nuestros propios hijos. Pero, ¿dónde queda esa intención si nos acabamos parapetando detrás de murallas emocionales heredadas? ¿Qué clase de cambio esperamos legar a las nuevas generaciones, si en realidad estamos perpeturando estereotipos heterocéntricos, aunque sea filtrándolos a través del humor –reinterpretándolos así como algo simpático, perdonable: se trata de una herramienta clásica para ganarse la simpatía de los demás–? Los niños, recordemos, aprenden por imitación, y si nosotros seguimos perpetuando micromachismos, aunque sean camuflados, vamos a seguir alimentando un bucle insostenible para una sociedad que necesita evolucionar.
Nos gusta pensar que nos cuestionamos cosas. Que profundizamos. Que escarbamos. Pero la realidad es que sólo lo hacemos en la superficie. Sin que nos haga demasiado daño, porque, en ese aspecto, seguimos arrastrando la gran mayoría de nuestros complejos infantiles. Es difícil, soy plenamente consciente, ponerse delante de uno mismo y plantearse de verdad, con toda la gravedad posible, si somos quienes de verdad nos gustaría ser. Hasta qué punto somos coherentes. Constructivos. Y fieles a nosotros mismos y a los que nos rodean. Lo sé, es mucho más sencillo, más cómodo, eludir ese autoanálisis y limitarse a mirar siempre hacia adelante. Pero también es mucho más empobrecedor.
Cuando apuntamos a M. en el registro civil, mi mujer y yo decidimos invertir el orden de nuestros apellidos como símbolo de igualdad entre nosotros. Como una forma de romper con lo establecido, de poner sobre la mesa nuestra visión crítica sobre los roles hombre/mujer. Pero también como gesto de amor hacia mi mujer, y, por qué no decirlo, una demostración pública de seguridad y de confianza en mí mismo. Mi identidad masculina no reside en las reglas y los condicionantes que la sociedad quiera imponerme, sino en mi propia certeza de la misma. Y, creedme, yo estoy profundamente seguro de ella.
Ésa es la imagen de masculinidad que quiero transmitirle a mi hijo. Es el ejemplo con el que quiero que crezca y se desarrolle. Y, espero, también mi granito de arena para transformar esta sociedad tan llenas de miedos y de limitaciones autoimpuestos en la que, parece ser, salirse de los esquemas marcados para los papás –¿de verdad hace falta que vuelva a aludir al absurdo de la figura del cazador-recolector en una sociedad en la que, en la mayoría de familias, tienen que trabajar los dos miembros de la pareja para llegar a fin de mes?– significa querer asumir el comportamiento de las mamás.
3 comentarios en «Masculino, femenino»
Fantástico texto y fantástica propuesta la que surgió con el nacimiento y posterior inscripción en el registro civil de vuestra peque.
Me parece que efectivamente por mucha consciencia que queramos ponernos encima nuestra como un abrigo al que buscamos cobijo, en el fondo debemos y tenemos que rascar más para introducirnos o llegar hasta donde haga falta para que nuestro cambio tangible y no una mera declaración de principios e intenciones bienaventuradas.
Me encanta tu post y la muestra de amor hacia tu pareja y la determinación de que la masculinidad no se soporta en reglas impuestas.
También la incoherencia y el error nos hace humanos. Aceptarlo es una muestra de humildad.
Hay una frase que me aplico mucho, o lo intento y que también se puede hacer para los papás: el mejor regalo que le podemos hacer a nuestros hijos es sanar como mujer
La terapia nos ayuda a conocernos y estar en paz con nosotros mismos.
Yo llevo años y es lo mejor que he podido hacer para mí y por mí.
Saludos!
Gracias, Víctor y Carolina. Una de las cosas que más me han removido interiormente del hecho de ser papá es cómo te enfrenta a tus propias limitaciones, a tus ideas preconcebidas y, sobre todo, a esos comportamientos heredados que ni sabías que arrastrabas. Siempre he sido una persona dada a reflexionar, a ponderar y a autoevaluarse, pero la paternidad te coloca ante una perspectiva totalmente diferente de ti mismo. Así que, sí, creo que es una obligación profundizar en todo ello, trabajarlo e intentar convertirse en una persona mejor para nuestros hijos.