Miedos

Ojalá fuera capaz de ser plenamente coherente con el tipo de crianza que mi mujer y yo hemos elegido para nuestro hijo. De verdad, me gustaría no tener jamás dudas. No sentirme empujado, a veces incluso de forma inconsciente, a contradecir mis propias ideas (que he escogido convencidísimo, seguro de mi elección) a causa de la educación tradicional que yo recibí de niño. Y sobre todo, me gustaría no volver a escuchar a mis padres (que, lo sé, lo hicieron lo mejor que pudieron, pero tienen una visión muy, pero que muy diferente a la mía en estos temas) hablando a través de mi boca.

M. es un niño que, como diría Rosa Jové, sabe calibrar mejor el peligro que otros. No quiero calificarlo de “miedoso” (aunque he de reconocer que he sentido la tentación de hacerlo) porque creo que aún es muy pequeño para etiquetarlo, desde tan pronto, con un calificativo tan cortante. Lo cierto es que prevé los posibles riesgos de cada una de sus acciones mucho antes que la mayor parte de sus compañeros, y eso le ha frenado a la hora de lanzarse a adquirir ciertas habilidades o vivir determinadas experiencias (por ejemplo, aún no ha aprendido a nadar ni a ir en bicicleta).

Lo lógico, lo coherente según la crianza consciente, sería respetar esas aprensiones y acompañarlo en el proceso de irlas afrontando poco a poco, cuando él se sienta preparado. En todo caso, el papel de sus padres debería ser intentar desmontárselas desde lo racional, pero sin dejar de hacerle sentir comprendido, ni jamás quitarle importancia a lo que siente. Mi mujer es el mayor bastión de M. en ese sentido, quien mejor se maneja en ese aspecto de los dos, mientras reconozco que, en mi caso, hay una fuerza irracional que me empuja en sentido contrario, que choca continuamente con mi visión respetuosa de sus procesos y me dificulta el hecho de aceptar, de forma sencilla, que no puedo ni debo presionarle para que se enfrente a sus limitaciones. Me refiero a mi propia mochila, a mi experiencia personal.

Yo fui un niño, y me permito usar la palabra conmigo mismo, miedoso. Imagino que por las mismas razones que M. Y lo cierto es que sufrí por culpa de eso. Cuando empecé a ser consciente de esa limitación, muchas veces sentí rabia hacia mi incapacidad de imponerme a mis propios terrores y, como es lógico, no quiero que mi hijo pase por lo mismo. Así que en algunos momentos, de forma inconsciente, absolutamente irracional, proyecto en él mis vivencias, e intento bloquear sus miedos con la misma torpeza que, en su momento, mis padres intentaban (infructuosamente) bloquear los míos.

Es difícil, muy difícil, eludir un comportamiento que ha calado de forma tan profunda en tu interior. Y en más ocasiones de las que me gustaría me arrastra sin que me dé cuenta, empiezo a reaccionar antes de que se imponga mi lado racional y digo y expreso cosas de las que me arrepiento al instante… “¿Cómo puede darte miedo?”, “¿Por qué lloras así?”, y ese tipo de frases irrespetuosas, estúpidas, que a veces se deslizan por mis labios sin que pueda controlarlas.

Sigo luchando cada día por apaciguar esa tendencia. Unas veces me sale mejor que otras, pero creo que, poco a poco, con insistencia, y la ayuda de mi mujer, logro mantenerme respetuoso con los ritmos de M., con sus aprensiones, y aceptando que forman parte de su naturaleza de niño sensible, que definen quién es, y cómo se relaciona con lo que le rodea. Además, él mismo ha demostrado que, a base de apoyarle, y de dejar que se desarrolle a su manera, sin presiones exteriores pero sin protegerle en demasía, puede superar muchos de esos “miedos” de forma natural. Pequeñas victorias que le han servido, al fin y al cabo, para reforzar su propia autoestima.

Quiero pensar que, con esfuerzo, lograremos que no sea como yo. Al menos, en ese sentido.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.