No tan terribles

Cuando le expliqué a mi madre que mi mujer y yo íbamos a tener un hijo, una de sus primeras frases fue: “Los niños son muy bonicos, pero dan mucho trabajo”. No sé cuántas veces ha vuelto a recurrir a ella cuando, desde entonces, le he explicado algo relacionado con M… Pero os aseguro que son muchas.

Con el tiempo me he dado cuenta, creo, de lo que intentaba expresarme. Y es el desencanto de esos padres que adoraban lo manejables y achuchables que eran sus hijos en su etapa de bebés, y que se agobian cuando se ven obligados a enfrentarse a la etapa de las rabietas, de los cuestionamientos, de los desafíos… ¿De dónde viene, si no, una denominación tan peyorativa como la de “los terribles dos años”?

Nadie dice que sea fácil afrontar el hecho de que un hijo te plante cara. Creedme: no lo es. Pero demasiado a menudo nos olvidamos de que, cuando traemos una vida al mundo, en realidad lo que hemos creado es una personita con su propia personalidad, sus gustos, sus idiosincrasias… Pero también en proceso de formación, y todavía sin esos límites ni esas barreras que nosotros tenemos más que asimiladas y que nos permiten vivir en sociedad.

Ojalá jamás me sintiera cansado, ni andara con las heridas abiertas de mis problemas diarios, y pudiera ser siempre para M. ese padre ideal, comprensivo, que se merecería por encima de todo. Ojalá estuviera siempre lo suficientemente equilibrado, tranquilo, para no tomarme sus rabietas y sus enfados como algo personal. Porque, en realidad, no lo son. Se trata, sencillamente, de su forma (inmadura, incompleta) de intentar lidiar con sus frustraciones: algo que, al fin y al cabo, nos cuesta hasta a los adultos. Pero a veces, lo reconozco, me cuesta verlo así.

Frente a estas situaciones, mi mujer y yo solemos repetirnos como un mantra una frase: “Yo soy el adulto”. No creo que pueda resumirse mejor la actitud que debería tener un padre.

Cuanto mayor se hace M., más desafiante se vuelve cuando se enfada, cuando se ofende o cuando algo le contraría. Lo cual, en realidad, es bueno, porque significa que está desarrollando su propia personalidad, se siente seguro de sí mismo y lo expresa abiertamente con quien más confianza tiene en el mundo: sus padres. Y yo me veo obligado a hacer un gran ejercicio de autoconsciencia para darme cuenta de que, por más que mis impulsos vayan por otro lado, mi reacción no puede ser ni visceral ni ofendida porque, pese a todo, él sigue siendo un niño pequeño que me mira de reojo y que espera que le comprenda, que le consuele, y que le ayude a resolver la situación.

Frente a las rabietas de M. me ha funcionado siempre muy bien cogerlo en volandas, abrazarlo con fuerza, y pasearlo por casa intentando transmitirle amor, tranquilidad y, sobre todo, comprensión. Mucha comprensión. Igual que, cuando se enfada por algo y me lanza una mirada desafiante, si yo soy capaz de distanciarme y le respondo con una mueca divertida, acabo logrando que se rompa su máscara y se le escape una risita… A veces incluso una carcajada. En el fondo, eso es lo que M. quiere: que le entendamos, le consolemos y le ayudemos a superar su estado de frustración.

No obstante, y por encima de todo, desde que era muy pequeño, su madre y yo hemos insistido en hablar con él acerca de los conflictos. Una vez tranquilas ambas partes, nos sentamos juntos y le intentamos transmitir lo que pensamos al respecto, y por qué hemos tomado una decisión u otra. No solamente para que comprenda, dentro de los límites de su edad, por qué sus padres optan por tomar un camino u otro, sino sobre todo para que aprenda que los problemas se pueden resolver a través del diálogo y de la reflexión, con calma y sin insultos ni aspavientos. Una lección que, al menos a mí, me costó muchos más años aprender por mis propias carencias y, claro está, por la educación recibida.

2 comentarios en «No tan terribles»

  1. Toni, "los terribles dos años" existen!. Son como la maleta misteriosa en Pulp Fiction. Y es una gran frase "Yo soy el adulto", como "que la fuerza te acompañe". Como caminar por el filo de un cuchillo…Y por supuesto, bienvenido a #papasblogueros!

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