¡Papá, no corras!

Supongo que me define como persona el hecho de que, hasta que tuvimos a M., no sentí una especial premura por sacarme el carnet de conducir. Nunca he sentido un especial interés por los coches, así que no lo hice cuando todo el mundo se lanza a ello, con la mayoría de edad (ni sentí la necesidad ni la curiosidad), y cuando uno se acostumbra a buscar otros recursos, a apoyarse en otras formas de transporte (o se casa con alguien que sepa conducir), acaba relativizando la necesidad de apuntarse a una autoescuela.

Hasta que, como ocurre con tantas cosas de la vida, un hijo pone patas abajo tu concepción del mundo.

Siempre me había considerado un buen copiloto, un complemento perfecto para mi mujer, con la que (creo) formaba un equipo bien engrasado que nos permitía desplazarnos en coche prácticamente a cualquier sitio, con eficacia. Algo que, lógicamente, se hizo imprescindible cuando nació M., y nos encontramos con la realidad de que viajar en transporte público cargados con todo lo necesario para el día a día de un bebé puede ser una locura.

Que me lo digan a mí, cuando tenía que atravesar Barcelona en transporte público para ir a visitar a mis padres (ya tenía calculada una ruta de transbordos que me llevaba por estaciones de metro con ascensor, por más que me hiciera perder algo de tiempo)…

Estaba claro que tenía que sacarme de una vez el carnet. A mis treinta y muchos años.

No tuve problema alguno con la teoría. Aprobé a la primera. Mi tortura empezó cuando empecé a hacer exámenes prácticos. La cuestión es que tengo un problema a la hora de controlar los nervios ante situaciones tensas. Se me disparan con mucha facilidad.

Cada vez me sentía peor. Más inseguro. Menos capaz de aprobar. Varias veces me planteé abandonar, si realmente estaba capacitado para conducir, pero todas y cada una de ellas mi mujer me animó a seguir adelante, a continuar luchando, a no dejarme vencer. Sobre todo, debido a una sencilla (y por entonces, aún pequeñita) razón: M.

Y aunque parecía imposible, llegó el día en que lo conseguí. Aprobé. Logré superar mis limitaciones, mis miedos, por puro amor hacia mi hijo… Y por el apoyo incondicional de su mamá.

La paternidad nos hace (o, al menos, debería hacernos) mejores de lo que somos. Nos obliga a enfrentarnos a nosotros mismos, a vernos en perspectiva, a crecer, y a superarnos a cada paso. A ser, como he dicho en alguna ocasión, una versión mejor, más madura y más centrada, de nosotros mismos.

Han pasado dos años y medio desde que me dieron el carnet, y he aprendido a disfrutar de la conducción. Pero de lo que más disfruto, sin lugar a dudas, es de poder llevar a M. arriba y abajo. Como un papi más, aunque eso suponga renunciar a una cierta parcela de excepcionalidad. ¿Acaso mi hijo no lo merece?

2 comentarios en «¡Papá, no corras!»

  1. Yo tengo el carnet de coche desde los 19 pero la realidad es que apenas he cogido el coche para nada. A los 24 me agencié una moto de 125 y me he estado moviendo con ella como pez en el agua. Y lo peor: le he cogido terror al coche. Soy una rara, lo se (me da miedo el coche y en cambio amo ir en moto) pero es a realidad. Y ahora me encuentro embarazada de 25 semanas, obviamente, prohibido ir en moto desde el principio del embarazo y pasándolo muy mal porque estoy intentando volver a conducir coche. No lo hago mal pero… pero… pero no me gusta!!! >_<.

    Sin embargo, se que es algo que tengo que hacer porque con la Habichuela, más me vale manejarme bien con el cochecito antes de que nazca xDDDD.

    Un abrazo 🙂

  2. ¡Muchos ánimos! Está claro que los hijos nos obligan a hacer esfuerzos que, por nosotros mismos, no afrontaríamos, y eso nos hace más valientes y, creo yo, mejores personas. Verás cómo poco a poco va mejor la conducción, sobre todo cuando puedas llevar en tu coche a tu Habichuela! 😉

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.