Papá, no te escondas

(Originalmente pertenecía al carnaval de blogs #PapaNoTeEscondas de Papás Blogueros)

Conozco a hombres que, a la hora de reforzar el vínculo afectivo que tienen con sus hijos varones (no ocurre tanto con las niñas, que son mucho más espontáneas en la expresión del afecto), deciden compartir con ellos algunas de sus películas favoritas. Igual que otros utilizan, con intenciones parecidas, el fútbol, los videojuegos, las carreras de motos, los programas de animales… Lo cual, en sí mismo, no tiene nada de malo. Si no fuera porque enmascara algo más serio: nuestra dificultad para expresar lo emocional si no es vehiculándolo de alguna manera.

Por desgracia, nos han educado así. Tradicionalmente, la expresión afectiva del hombre se ha coartado, reglamentándola de forma muy férrea (apretones de mano, abrazos percutantes y poco más) para mantener una determinada imagen de masculinidad, de fortaleza, que se nos exige desde nuestro entorno. Así que, casi sin darnos cuenta, transmitimos esas ideas a nuestros propios hijos, las perpetuamos, y buscamos excusas o, si se prefiere, atajos, para poder volcar nuestras necesidades emocionales de forma socialmente más aceptable.

Pues ¿sabeis qué? No hace falta. No necesitamos escondernos, ni enmascarar nuestro afecto. Cuando son pequeños, nuestros hijos nos adoran, nos miran con ojos admirativos. Nos necesitan. Así que el vínculo afectivo que nos une a ellos se hace más fuerte, simplemente, compartiendo su día a día, y dedicando tiempo a escucharles, a jugar con ellos y, sobre todo, a abrazarles, darles besos, hacerles carantoñas. Si nosotros no nos avergonzamos de ello (y no deberíamos), nuestros pequeños tampoco lo harán. Quizás, como le ocurre a M., sean más efusivos con sus mamás (al fin y al cabo, ellas los llevaron nueve meses en su interior, y eso ha generado un lazo emocional irrepetible), pero os aseguro que, muy a menudo, os sorprenderán con besos y caricias. Y el corazón, en ese momento, os explotará de pura felicidad.

Papás, no os escondáis. No os quedéis en un segundo plano durante la crianza de vuestros retoños porque, y lo digo desde la experiencia como papá de un niño de cuatro años, estaréis dejando atrás un proceso maravilloso, inigualable. Y para el que, mal que nos pese, no hay marcha atrás. Intentamos, entre todos, esforzarnos por estar allí, para nuestros hijos, y cambiemos esa visión tan limitada, tan tremendamente machista (y que, en el fondo, tanto nos coarta), que nuestro entorno sigue conservando sobre la paternidad. Quiero pensar que, si en algún momento M. llega a plantearse ser padre, podrá hacerlo libremente, con el corazón abierto de par en par, siguiendo el ejemplo que tuvo al lado.

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