Aprovechando su estrecha relación laboral con Netflix (para quien ha desarrollado la franquicia animada Trollhunters y su próxima Pinocho), Guillermo del Toro ha conseguido luz verde para llevar adelante una idea notablemente suculenta: una antología fantástica capaz de reunir a algunos de los nombres más interesantes que pululan por el género a día de hoy. Teniendo en cuenta la dudosa salud del formato (no hay más que revisar ejemplos recientes como Creepshow o la nueva Twilight Zone apadrinada por Jordan Peele), resulta, como mínimo, estimulante toparse con una cierta exploración de los límites del terror, pese a que esté, a veces, condicionada por la personalidad del propio Del Toro.
Analizo aquí la mitad de los episodios lanzados, hasta el momento, en El gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro. Y aunque el balance es, como era previsible, irregular, deja muy buen sabor de boca gracias a una pequeña joya como La autopsia.

El trastero 36
Pese a que su título original parezca referir a Lote número 249 de Arthur Conan Doyle, explica Del Toro que el origen de esta historia está en una experiencia personal (la pérdida de un trastero y los problemas consiguientes para recuperar sus enseres) que reflejó en la figura que interpreta Elpidia Carrillo. Eso explica que se haya mantenido un personaje que, en realidad, no aporta nada a nivel dramático: El trastero 36 funcionaría igual, quizás incluso mejor, si se eliminara de la ecuación. El relato sigue a rajatabla la estructura moralista del terror de EC Comics, y que sus defensores acostumbran a repetir (entre ellos, Stephen King en Creepshow, a la que se hace una referencia velada). En la dirección, el también director de fotografía Guillermo Navarro intenta crear una atmósfera asfixiante, pero lo consigue a medias: hay que reconocer que no le ayuda los excesos explicativos de una trama a la que le habría ido mejor una mayor ligereza.

Ratas de cementerio
No resultaba difícil lograr una mejor (y más fiel) adaptación del relato original de Henry Kuttner que la que Dan Curtis y William F. Nolan realizaran para Trilogía del terror II. Como aquéllos, Vincenzo Natali expande y desarrolla más en profundidad al personaje central de Masson (David Hewlett), si bien en su caso respeta la época en la que transcurría el relato original. Unos añadidos en los que Natali cae, por momentos, en una realización algo televisiva que, por suerte, salva en un espléndido clímax (la parte del metraje que adapta de forma más o menos fiel el cuento corto de Kuttner) donde saca a relucir toda su capacidad para generar una atmósfera asfixiante y claustrofóbica, así como una sensación casi onírica, surrealista, que sólo rompe el innecesario gesto de intentar darle sentido al conjunto forzando su introducción dentro de los Mitos de Cthulhu.

La autopsia
Después de dos episodios con altos y bajos expresivos, David Prior brinda aquí una obra mucho más compacta y, sobre todo, infinitamente más atmosférica. El director entiende a la perfección donde está la fuerza dramática de la adaptación del cuento corto de Michael Shea que aquí realiza David S. Goyer, y la realza a través de un trabajo de puesta en escena que evoluciona al mismo ritmo que la propia historia. Desde esos bellísimos encadenados que abren el capítulo, y que resumen, a grandes rasgos, lo que se nos va a contar, hasta esa transición perfectamente medida del tono de thriller fincheriano de sus primeros compases hasta la insoportable tensión que se genera cuando el relato se centra únicamente en el personaje de F. Murray Abraham (para variar, espléndido en su papel). Prior aprovecha con mucha inteligencia tanto las características del escenario como la incomodidad que provocan los detalles gore que introduce la historia para, secuencia a secuencia, ir haciendo el tono de la misma cada vez más terrorífico y asfixiante. El clímax, y su ascética confrontación moral, quizás sea de lo mejor que ha dado el género fantástico en los últimos años.

La apariencia
Choca ver adaptada a la pantalla de forma tan excesiva y recargada a una autora tan elegante como la dibujante Emily Carroll. No anda lejos lo mostrado en este episodio de lo que Ana Lily Amirpour ya exhibió en su reciente Mona Lisa and the Blood Moon: estética ochentera, humor chusco, grandes angulares, mensaje subrayadísimo… Más allá de que el guión de Haley Z. Boston se pase una hora dando vueltas sobre sí mismo (desperdiciando lo bien que concretaba Carroll una idea muy sencilla), la directora británico-americana tampoco parece capaz de medir el tono de una historia que se emborracha demasiado rápido con sus propias triquiñuelas visuales, incluida la descontrolada interpretación de Kate Micucci.